Aleria.
Este era el nombre con el que todos conocían a la abuela Nina, la comadrona municipal.
Esta era su casa. Aquí, a cualquier hora del día o de la noche, alguien venía a pedir su ayuda porque una nueva vida había decidido venir al mundo.
Todo había quedado allí, congelado en el tiempo, hasta 2020, cuando junto con mi pareja decidimos dejar Roma atrás y mudarnos al mar. De ahí la idea de adecuar la casa a un lugar que pudiera albergar a personas que quieran tomarse un respiro de su rutina diaria.
Nos dejamos guiar por un sueño: dejar que cada baldosa de esos suelos perfectamente conservados te cuente una historia bordada a medida y coloreada con los cálidos tonos del amarillo ámbar y el rojo óxido. Al fondo, el centro de Sciacca, con su grito típico de una tierra del sur que mira al Mediterráneo.
Finalmente, creyendo firmemente en la importancia de la memoria, decidimos que cada una de las cinco habitaciones llevaría el nombre de una abuela, porque es a ellas también a las que en el fondo sentimos que debemos lo que somos hoy.